AOSLA-Gizalan

La experiencia machista en el empleo y en su búsqueda 2021

Dios ya ha bajado y lo ha visto, pero seguimos igual

La experiencia machista en Orientación Laboral

Como muchas actividades que se realizan en la sociedad, la búsqueda de empleo ha recogido también su lamentable cosecha de degradación, trivialización, simplismo y ese manifiesto desprecio general por el esfuerzo que, desde hace algún tiempo, caracteriza a nuestra sociedad, desde Estados Unidos hasta Sudáfrica. Cuando parecía que avanzábamos hacia el establecimiento de buenos mecanismos y recursos para la detección de la discriminación por género en la Orientación Sociolaboral, nuevas aportaciones a la definición del concepto de género borraron el largo camino recorrido y «los hechos probados» contra el machismo. Sólo mientras se mantenga que el fundamento básico de la desigualdad de género es la acumulación de privilegios sociales y laborales, por parte de los hombres, frente a las mujeres, podremos plantear medidas para la abolición de esa discriminación. Pero cuando ése no es el punto de vista, las mujeres quedan fuera de la ecuación.

Esto es así, a todos los niveles. Mary McAlees, presidenta de Irlanda entre 1997 y 2011, fue víctima del ninguneo de Juan Pablo II, quien aprovechó una visita oficial de la presidenta al Vaticano, para saludar, primero, a su marido y preguntarle si no hubiera preferido ser él presidente de Irlanda. Martin McAlees, quien, años después, fuera senador de la República de Irlanda, ni siquiera abrió la boca, en ese momento. Fue la presidenta irlandesa quien espetó al Papa: «He sido elegida, le guste o no». Juan Pablo II cerró su ejercicio de machismo con el recurso más habitual de todo buen macho alfa: «Me habían dicho que tenía usted sentido del humor», que es una manera de decir «no sabes soportar una broma».

Mary McAlees ya venía avisada y entrenada. En Orientación Sociolaboral, situaciones como ésta son las más leves y se ven a diario. El alumnado de nuestros cursos, que, sobre todo, cuenta con experiencia práctica en Orientación Sociolaboral, ha aportado a este listado sus vivencias más recientes sobre lo que han sufrido las personas a quienes orientan. Y ellas mismas. Su mera exposición debería valer como ejercicio notarial acerca de los obstáculos que deben superar las mujeres, cuando buscan un empleo. Tienen tanta fuerza, que algo tan simple como una mínima reflexión nos permite extraer recomendaciones a quienes dedicamos nuestra vida profesional a orientar la búsqueda de empleo de otras personas.

Una orientadora laboral miembro de AOSLA ha conseguido que el paso del tiempo coloque en el baúl de sus recuerdos cierta experiencia suya, durante un proceso de selección, para acceder a un empleo en una conocida ONG. Esta entrevista reúne en un mismo acto una de las mayores colecciones de patochadas machistas que hemos conocido.

Me recibió una mujer joven, que, tras presentarse, me explicó que iba a ser ella quien me haría la entrevista. Estaba imprimiéndose mi currículum, cuando apareció un hombre maduro que se presentó como el presidente de la delegación en la que estábamos. Yo me levante para darle la mano, pero él se acercó, saludándome con dos besos, algo que me resultó intimidatorio, pues supuso un contacto físico, más propio de una relación de amistad. Es cierto que, ante el modo sorpresivo en que ocurrió, no fui capaz de ‘parar’ o encarar de un modo más asertivo este acercamiento, rechazando su forma de saludo por algo más formal y correcto. Por si esto fuera poco, dijo que, si no me importaba, quería estar presente en la entrevista, aunque quien la fuese a hacer era la mujer joven. ¿Qué puedes hacer ante esto?

 

La joven empezó a hacerme preguntas sobre mi currículum, para evaluar mi trayectoria, pero el hombre interrumpió nuestro diálogo nuevamente, tomando el control. «Bueno, dijo, antes de que sigas adelante, te tengo que decir que el puesto que queremos cubrir es para conducir un vehículo de grandes dimensiones, para ir a recoger a los ancianos (es importante también su lenguaje, ya que se refería a las personas ancianas, hombres y mujeres) y llevarlos al centro de día. Quizás, no sea un trabajo para ti. Lo está haciendo un hombre, aunque ahora todas hacéis de todo». En aquel momento, por cierto, yo sólo fui capaz de procesar que el puesto de trabajo no coincidía, de hecho, con la oferta publicada. Pero, en el fondo, es como si me hubiera dicho «ya sé que no se corresponde con lo que hemos ofertado, pero te doy la oportunidad de hacer un trabajo que, aunque está hecho para hombres, tú, si quieres, vas a poder llevarlo a cabo, porque yo te doy permiso, puesto que soy un gran feminista». Quiero dejar claro que esa situación me produjo malestar físico.

En otras ocasiones, el estado civil se convierte en el centro de una carrera obsesiva hacia lo inconveniente, superando el concepto de agresión machista de andar por casa, para entrar de lleno en la pura y dura grosería. Es algo recurrente, aunque tiene sus matices, dependiendo de si la mujer que aspira al empleo está casada, soltera o divorciada. Hay una explicación, aún no suficientemente avalada por la psicología social, que apunta hacia alguno de los componentes de este mecanismo, muy tortuoso a veces. Y es que puede que el hecho de dirigir una entrevista de selección otorgue, en algunas ocasiones, a quien lo hace (da igual que sea hombre o mujer, por cierto) la sensación de que ostenta un inmenso poder. Tiene efectos equivalentes a la ilusión que proporciona el exceso de alcohol en sangre. O quizá, también, se trate de una manera de recuperar aquellas vivencias infantiles, experimentadas por quien repartía al resto de niñas y niños en diversos equipos; todo en la línea de ‘yo decido si eres de mi equipo, o no’.

En varias entrevistas, me han hecho preguntas personales y sobre mi familia que dudo, sinceramente, que se las hicieran a los candidatos hombres. Recuerdo una, especialmente, porque se concentraron mucho en el tema de la maternidad, ya que estaba casada por aquel entonces. El puesto era para hacer entrevistas telefónicas, y cuando me preguntaron por mi estado civil, como estaba casada, siguieron las preguntas sobre si tenía hijos o hijas (utilizaron el término «hijos») y si pensaba tenerlos. Lo recuerdo bien, por lo azarosa que me resulto la situación. Posteriormente, una vez ya separada, la pregunta sobre mi estado civil ha sido igual de recurrente. Pero es curioso observar, que, si tu respuesta es que estás divorciada, vuelve el tema de si tienes hijos o hijas. Aunque si dices soltera, ya no hay más preguntas.

Un poco en la línea de las «tareas adjudicadas desde el nacimiento», el habitual trabajo de oficina constituye una fuente inagotable de agresiones machistas. Lo peor de todo es que, en muchas ocasiones, no se les considera ni agresión, ni mucho menos machismo. Pero es ahí y precisamente por eso, donde el diablo encuentra su mejor aliciente para mover el rabo y matar moscas a placer, que es lo suyo. Dicho en pocas palabras: no es rara la oficina con hombres y mujeres, donde las labores de intendencia son incuestionablemente femeninas. El avituallamiento de bolígrafos, folios, tinta de impresora o qué hacer, cuando se avería un teléfono, por ejemplo, son tareas implícitamente adjudicadas a las mujeres. Un espécimen masculino mantiene con esas cosas una relación equivalente a la que tiene con el armario donde se guardan las compresas o los tampones: eso ni se toca. Así lo vive en propias carnes otra alumna de nuestros cursos, que, años después, aún se hace de cruces con la experiencia sufrida.

 

En el espacio de la oficina de trabajo, las tareas de pedido de material de oficina o de productos de higiene y limpieza no están asignadas a ninguna persona profesional en concreto. Sin embargo, estas tareas siempre recaen sobre dos o tres mujeres trabajadoras (entre las cuales, me incluyo). Desde hace ya muchos años, somos nosotras las que nos encargamos de estar pendientes de que haya material de oficina suficiente o incluso de que el servicio de los hombres tenga jabón y papel higiénico. En las raras ocasiones, en que ha faltado alguno de estos productos, nuestros compañeros varones nos preguntan directamente dónde pueden hacerse con algún repuesto, dando por supuesto que somos nosotras las que tenemos que saber dónde hay y facilitárselo a ellos. Pero no ocurre esto únicamente con productos de limpieza. Se reproduce también este funcionamiento en actividades tan sencillas como recargar las grapas de la grapadora. Son numerosas las ocasiones, en las que he visto cómo dos compañeros han ido a utilizar una grapadora y, al ver que no tenía grapas, la han vuelto a dejar en la mesa y han buscado otra que sí las tuviera, sin molestarse siquiera en poner grapas nuevas y confiando en que éstas se repusieran de forma mágica, la próxima vez que fueran a utilizarla. [En este último caso, conviene aclarar que no sólo interviene el machismo, sino otras características tan generalmente masculinas como la ley del mínimo esfuerzo y, como también sospecha nuestra alumna, la profunda creencia en una divina providencia infinitamente justa y en la vigencia de la oración].

Hay ocasiones, en las que una entrevista de selección de personal es la mejor oportunidad para insultar directamente, sin sacar nada a cambio, lo que constituye una buena muestra del carácter desinteresado del «machismo laboral». Una alumna de nuestros cursos de igualdad recuerda, sorprendida, lo que le contó una amiga, aún alucinada por haber vivido en primera persona semejante tipo de situaciones.

Una amiga de 20 años me contó varias historias que le habían pasado. Muchas veces, tenía que soportar ciertos comentarios de sus jefes. Por ejemplo, «qué guapa» o «qué bien te queda esa falda». En cierta ocasión, le dijeron: «¡menos mal que no tienes pelos en las axilas, se agradece!». Ella misma me dijo que, muchas veces, no llevaba algunas prendas, para evitar ese tipo de comentarios.

Por si la alusión a las axilas nos parece uno de esos colmos que pasarían, por sí mismos, al primer puesto de las posibilidades agresoras que ofrece un ambiente bien cargado de machismo, la misma alumna nos trae un par de ejemplos de cómo siempre hay que esperar lo inesperado, a la vuelta de cualquier esquina.

Otra amiga de 22 años que trabaja de enfermera, muchas veces, se encuentra con pacientes hombres y tiene que aguantar este tipo de comentarios. Por ejemplo, cuando le dice a algún paciente que se baje un poco los pantalones, para hacer alguna prueba, escucha cosas como «ten cuidado con lo que haces ahí». Los hombres enfermeros no reciben este tipo de comentarios.

 

Una mujer que trabajaba en la hostelería, de camarera, a quien estuve orientando en su búsqueda de empleo, soportaba bromas muy ofensivas de sus compañeros. Por ejemplo, cuando estaban en la cocina haciendo almejas, preguntarle a ella «¿cómo es la tuya?», y empezar a reírse. A esta mujer, le exigían llevar un tipo de ropa y le prohibían llevar otra.

El caso es que es difícil que las cosas queden así, por mucho tiempo. En líneas generales, tarde o temprano, estas situaciones generan las correspondientes reacciones, por parte de las mujeres agredidas. Algo que no sólo es comprensible, sino también deseable; tan deseable como que se haga de manera coordinada, con premeditación y en grupo. Y es que este tipo de actitudes, pese a demostrar una fuerte tendencia a la supervivencia, nos suscitan la conciencia de que somos nosotras quienes debemos liderar la respuesta al machismo. Y no sólo en el ámbito del trabajo, también en el resto. Tampoco sorprende que, cuando reaccionamos, la respuesta machista se regodee, en todas las ocasiones, en otros tópicos que ya son genuinos clásicos de la huida hacia adelante por el camino menos inteligente. O dicho con otras palabras, hay respuestas masculinas que, como en el caso de Juan Pablo II, enseñan, más que ocultan, un viejo y raído plumero.

Hace meses, realicé una formación sobre igualdad de género y ha sido en este tiempo, cuando me he dado cuenta de que, si me mantengo sumisa, estoy fomentando la continuidad de esta desigualdad, por lo que llevo tiempo sin asumir estas tareas y manifestando abiertamente, cuando veo estos actos, mi postura y desacuerdo. En esas ocasiones, lo que recibo por parte del resto de trabajadores son comentarios del tipo «cómo te pones, mujer», «tampoco hay que ser tan exagerada», lo que aumenta mi enfado y la confirmación de que persisten muchas actitudes machistas en mi ámbito de trabajo. A veces, son tan sutiles y complejas, que cuesta identificar y que, por ello, se han perpetuado en el tiempo. Micromachismos presentes hasta en aquellos ámbitos laborales, donde se presupone una sensibilidad especial.

En fin, todas estas experiencias, además de reales, son cualquier cosa, menos un anecdotario. No reflejan la superación de una vieja y trasnochada sociedad. No son un recuerdo del pasado. Son actuales; de hoy mismo. Pero lo peor es que generalmente sus protagonistas  masculinos no son viejos guerreros machistas, sino los mismos jóvenes que se han educado en los mismos colegios que las protagonistas femeninas de esas historias; que han crecido en familias equivalentes; que reciben los mismos mensajes de sensibilización, desde las instituciones que defienden la igualdad entre géneros; que firman manifiestos a favor de esa igualdad. Pero que, sobre todo, son incapaces de verse a sí mismos, como les acabas de ver tú, ahora. Y esto último es lo peor.

En una entrevista para trabajar de comercial, al preguntarnos sobre nuestra forma de conseguir ventas, a mi compañero le preguntaron si era agresivo, fiera… A mí me reformularon la pregunta e incluyeron el adjetivo «cautivadora».